22 septiembre, 2009

Executio in effigie


Destructores de libros y ciegos ejecutores de órdenes bárbaras los habido siempre y en todas partes. Hablando hace unos días de la damnatio memoriae de Erasmo en los sucesivos índices censores católicos hemos recordado la vesania con que se aplicó una anónima mano, con seguridad española, en un ejemplar de la Cosmographiae universalis (Basilea: Heinrich Petri, 1550) procedente de la Biblioteca Real y que ahora se conserva en la Biblioteca Nacional de Madrid (R/33638).

La editio princeps de esta obra del geógrafo y hebraísta Sebastian Münster apareció en 1544, en alemán, dedicada a Carlos V. Se trata de la primera obra moderna de vistas y descripciones corográficas de ciudades. Tuvo tres ediciones hasta esta versión latina de 1550, en la que vemos los maltratados retratos de Erasmo. Luego, entre 1550 y 1628 aparecieron más de veinte ediciones en seis lenguas distintas. Fue, sin duda, una de las obras de mayor éxito del Renacimiento. Mezclaba con buen tino divulgativo informaciones históricas, astronómicas, cartográficas, naturalistas, folklóricas... al paso de la descripción de las ciudades del mundo. Esta edición de 1550 es muy voluminosa, de más de mil doscientas páginas y unos novecientos grabados, incluyendo vistas panorámicas de sesenta y cuatro ciudades.

El libro fue un trabajo colectivo con participación de una gran cantidad de eruditos y artistas. Estos dos retratos de Erasmo se atribuyen a Hans Rudolf Manuel Deutsch que sigue fielmente sendos modelos de Hans Holbein el Joven.


Si en el ejemplo anterior sobre la persecución de Erasmo veíamos la cancelación de su nombre para la posteridad, aquí vemos la obliteración de su rostro: un borrado completo en texto e imagen (es impresionante cómo se le han sacado los ojos y cosido la boca). No sabemos cuándo se cometió el destrozo, pero es de imaginar que fue poco después de la promulgación del infausto primer Index librorum prohibitorum romano de 1559.

En este ejemplar, por supuesto, no es solo Erasmo quien sufrió el atentado. Toda referencia a la Reforma, incluidos aquellos lugares en los que se desarrolló primero, así como algunas alusiones a la religiosidad «supersticiosa» propia de los españoles (p. 61) o las persecuciones inquisitoriales de la herejía (p. 477) fueron tachadas para que los lectores hispanos no se contaminaran.

Pero estos empeños casi siempre fracasan. El libro fue leído y leído con avidez, rellenando con la imaginación los huecos y vacíos depositados por la censura. No deja de ser misteriosa, pero tremendamente sugerente, la anotación de una mano posterior (después, claro está, de 1605) que escribió a ambos lados de la efigie de Erasmo: «Sancho Panza» (a la derecha), «y su amigo d. Quijote» (a la izquierda).

Sobre ello reflexionó Marcel Bataillon:

Nos es imposible reconstruir las reflexiones que guiaban su pluma cuando trazó estas enigmáticas palabras. ¿Sería un ortodoxo que entregaba mentalmente a las severidades de la censura los coloquios de Sancho Panza y de su amigo don Quijote? ¿No sería más bien un espíritu libre que gozaba de sus sabrosas charlas como de un desquite por la prohibición de los Coloquios de Erasmo? Es imposible saberlo, y esto nos importa bien poco. La asociación de ideas que hizo surgir el recuerdo del Quijote en presencia de un Erasmo mutilado basta, por sí sola, para probarnos que ese desconocido percibía entre Cervantes y Erasmo el secreto parentesco que aquí afirmamos. (Erasmo y España, 1983, p. 799).

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