19 marzo, 2011

Un cementerio en Üsküdar



No vayáis a un cementerio a mediodía. Bajo la cruda luz sin matices, la parte en sombra de las lápidas queda negra en las fotos y en la que bate el sol se difuminan los detalles hasta casi perderse, y las ramas de los árboles proyectan una mancha que disuelve los contornos. Este verano cuando fuimos a Nikolsburg, el mayor cementerio judío medieval de Europa Central, tuvimos un sol muy duro para hacer  buenas fotos. Por suerte, al llegar al final del cementerio la tarde empezaba a teñir las piedras y de vuelta  a la salida pudimos fotografiar de nuevo los lugares más interesantes.


El caso es que llegamos a Üsküdar a mediodía. El viejo cementerio está detrás de la mezquita de Mihrimah, del siglo XVI. Llegamos allá al azar de nuestros pasos, con pocas esperanzas de tener la oportunidad de tomar ninguna foto decente. Pero los marcados relieves y las duras sombras de los postes sobre las tumbas turcas, al igual que las inscripciones de los viejos obeliscos,  revivían bajo el fuerte sol.


Poder erigir un poste de piedra en el jardín del cementerio de una mezquita de los siglos XVI o XVII es un privilegio tan grande como para nosotros ser enterrados en el interior de la iglesia, cerca del altar. Las inscripciones visibles subrayan la red de relaciones familiares de la alta sociedad de un vecindario rural o urbano, cuyos nombres en ocasiones también se listan, en transcripción moderna, a la entrada de las mezquitas más concurridas. Algunos de los que aquí descansan fueron terratenientes, capitanes de fortaleza u oficiales del vilayato (o valiato) húngaro del imperio otomano, cuyo centro fue Estambul, después de Buda. Por ello, estos postes fúnebres nos eran próximos no solo por su belleza y formas antropomórficas, también por sentir que estaban ahí en lugar de aquellos epitafios que no pudieron erigirse en el mismo periodo en las iglesias húngaras bajo el dominio turco.
















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