30 junio, 2011

Faros


Hemos recorrido todos los grabados impresionantes del Civitates orbis terrarum de Georg Braun y Franz Hogenberg —que se fue publicando progresivamente desde 1572 hasta 1617 en seis volúmenes— buscando las representaciones de los faros que en aquella época pudieran lucir en puertos o cabos. Curiosamente, el resultado ha sido muy pobre. De hecho, solo hemos podido aislar con claridad los que vemos aquí.

Faro de Messina

Faro de Génova

Ni siquiera el faro de Alejandría merece un comentario o una atención especial en la obra de Braun. Puede que el hecho de que Georg Braun (1541-1622) pasara toda su vida en Colonia, lejos del mar, no le permitiera calibrar la importancia que tienen los faros en muchas ciudades costeras.

Faro de Alejandría

Faros y atalayas de Aden

Uno de los pocos comentarios en toda la obra de Braun sobre la función de las torres de señales para guiar a los barcos está en el cartucho de este grabado: «ADEN, famoso centro comercial de Arabia, donde se encuentran mercaderes de India, Etiopía y Persia. Aden es una magnífica ciudad, bien fortificada tanto por su ubicación como construcción, afamada por la belleza y número de sus edificios, protegida por riscos y altas montañas, en cuyas cimas, antorchas encendidas guían a los marinos hacia la bahía. Antiguamente fue una península pero como resultado de la industria humana está ahora completamente rodeada de agua».


En una isla, desde el momento en que empieza a habitarse, los faros, atalayas y torres de señales forman enseguida parte del paisaje costero. Algunas de estas construcciones sirven para guiar a las embarcaciones propias y otras para defenderse de la llegada subrepticia de las naves enemigas. La historia de Mallorca, como no podía ser de otra forma en una isla, es una historia de invasiones y saqueos.

Puente romano de Pollensa

Y la principal defensa de Mallorca no han sido las atalayas sino la cordillera arisca que cae abruptamente sobre el mar a lo largo de toda la vertiente norte, como si fuera el espinazo que aguanta la isla. La Serra de Tramuntana defiende también las tierras llanas del interior del viento del norte que llega con fuerza desde el Golfo de León y que en invierno castiga a la desprotegida Menorca. Esta bendita cordillera, refugio de contrabadistas y bandoleros, sembrada de viejos olivos de tronco atormentado, trabajada con dureza, piedra a piedra, en bancales que intentan contener la erosión, tachonada de ermitas, hornos de cal, casas de nieve, carboneras, encinares, leyendas de gigantes y tesoros ocultos acaba de entrar a formar parte del Patrimonio Mundial de la Unesco.


En cada extremo de la Serra de Tramuntana hay un faro. Al norte, el de Formentor. Al sur, el de Sa Mola, en Andratx.


El faro de Formentor es el que está a mayor altura de Baleares y su construcción no fue sencilla. Había que llegar partiendo de Cala Murta y subir luego por un camino escarpado durante veinte kilómetros. Hoy, al llegar por una carretera mucho más cómoda, aún puede tenerse una imagen bastante exacta de la naturaleza y la vida tradicional en esta parte de la sierra. Cuando empezaba el primer boom turístico, a mediados de los 60, el Hotel Formentor, abierto en 1929, se convertía en uno de los establecimientos más prestigiosos. Y aún es, hasta cierto punto, un ejemplo de cómo Mallorca podría albergar una industria turística de alta calidad.


El caso es que, gracias a la presencia de este hotel, hasta el libro de visitas del faro de Formentor guarda registro de visitantes tan ilustres como el mismísimo Rey de Reyes, Haile Selassie, descendiente del rey Salomón y la reina de Saba, que pasó por allí en el invierno de 1967.


En un enclave no menos sobrecogedor, en la punta sur, está el faro de Sa Mola, pero aquí lo que contemplamos es la destrucción feroz provocada por la especulación urbanística que arruina esta tierra y que no se detiene ante ninguna ley ni entiende nada de protección de patrimonio alguno. Quizá la declaración de la Unesco ayude a que no se repita tanta devastación pero nuestra esperanza es mínima. Basta ver que las primeras manifestaciones, unánimes, de los gobernantes y de la oposición, desde todo el espectro político, han consistido en felicitarse porque así —dicen— vendrán a Mallorca aún más turistas. Alguno ya debe estar imaginando una autopista de lado a lado de la cordillera para poder pisar en media hora los dos faros y volver a cenar al hotel, o meterse en la discoteca, o coger el avión y llegar casa antes de que el sol se ponga. A este tipo de enemigos no los detectan las atalayas.

24 junio, 2011

Juego



En la estación, una pareja de gitanos con tres niños espera a mi lado. Tienen unos veinticinco o treinta años. Los rasgos del hombre, delgado, menudo, son tensos con un aspecto, incluso en pantalones cortos, como de mafioso de película neorrealista italiana. La mujer tiene un punto descuidado y algo de peso, pero también un aire juvenil. Están callados, serios. Llega el bus. El hombre acerca los niños a la mujer y van a despedirse. Los niños aprietan en sus manos los pequeños juguetes que les acaban de regalar. La mujer, todavía aferrada a la presencia del hombre, les advierte que si no se portan bien se los quitará y no podrán jugar. Los niños se juntan un poco y uno de ellos pregunta —¿Cuánto tiempo tenemos que portarnos bien? —Mucho— responde la mujer sin dudarlo. El más pequeño la mira fijamente, como queriendo saber cuánto tiempo exactamente. La mujer piensa un momento. —Toda la vida.

22 junio, 2011

En un mar de palabras



En el prefacio del primer Atlas europeo, el de Gerardo Mercator (1512-1594), cuyo autor nunca llegó a ver completamente impreso, se lee una advertencia tomada —sin mencionarlo— de San Isidoro: «El Mediterráneo tiene varios nombres según los países cuyas costas bordea» (Isidoro, Etimologiae, XIII, xv, 5: «Sicut autem terra dum una sit, pro diversis locis variis appellatur vocabulis, ita et pro regionibus hoc mare magnum diversis nominibus nuncupatur»). En efecto, sumerios y egipcios lo llamaban el Mar Superior pues lo veían hacia la parte donde el sol más se eleva en el verano. Por eso, cuando Herodoto visita Egipto se contagia y habla del Mediterráneo como Mar del Norte, boreia thalassa (IV, 42). Para la Biblia es el Mar Grande pero también el Mar Occidental y el Mar de Palestina. Homero lo nombra sin ningún especificativo en la Odisea, solo es «el mar», pero en cambio en la Ilíada hay dos mares, el de Tracia y el de Icaria. Los fenicios, que lo surcaron de lado a lado, lo llamaban el Mar Mayor. Tucídides lo denomina Mar Helénico; para Platón es «el mar que tenemos cerca», «el mar que está junto a nosotros». San Isidoro de Sevilla le llama también por su tamaño, el Mare Magnum, pero fue él quien acabó de consolidar esa opción, filológicamente extraña, de mar mediterráneo, que Cicerón nunca habría aceptado pues para él, en puridad, el adjetivo mediterraneum solo podía aplicarse a lo que está en medio de la tierra, sí, pero tierra adentro; y así lo explica el mismo Nebrija en sus Introductiones Latinae (1495): «Lo que popularmente se llama Mediterráneo, los latinos denominan 'Mar Nuestro o de Hércules', si bien 'mediterráneos' son fundamentalmente lugares alejados del mar, como si dijeses "Toledo es una ciudad mediterránea"». El Mar Blanco, lo llama Ibn Khaldun, al-bahr-al-abyad, y el mismo nombre utilizaron los turcos… El mar blanco, porque este es el color que define el oeste, mientras que el color rojo, el del Mar Rojo, el del Mar Eritreo, pasó a quedar fijado como el color distintivo de Oriente. El mar, como recuerda Predrag Matvejević «cambia de género de un litoral a otro: neutro en latín o en las lenguas eslavas, es masculino en italiano, femenino en francés, a veces masculino y a veces femenino en español. Posee dos nombres masculinos en árabe y en copto. El griego, en sus múltiples denominaciones, compuestas o superpuestas, le presta todos los géneros…» (El Mediterráneo y Europa, Valencia: Pre-Textos, 2006, p. 29).


 Solo queremos dejar apuntado ahora un ejemplo concreto de estas vacilaciones humanas a la hora de nombrar las cosas. Al más grande escritor de las letras españolas todos le conocen como «El manco de Lepanto». Si uno va por Madrid y se atreve a preguntarle, pongamos, a un taxista quién fue el manco de Lepanto, por muy enloquecedor que sea el tráfico de Madrid, el taxista no dudará que el manco de Lepanto fue, por supuesto, Cervantes. Pero no interroguemos más al taxista porque podríamos tener problemas. A muchos estudiantes universitarios, cuando se les pregunta si son capaces de ubicar el mencionado Lepanto en el mapa —el lugar de la gran batalla naval de la Liga Santa contra la flota turca, que tantas veces han oído nombrar—, son por completo incapaces de hacerlo. Los españoles en general no saben, ni aproximadamente (siempre hay alguna excepción...), dónde queda el lugar en que perdió el uso de la mano izquierda el autor del Quijote. Así que no habría que irritar al taxista con preguntas impertinentes.

Réplica de la Galera Real de don Juan de Austria, ornada con un rico programa iconografico de origen emblemático. Museu Marítim de Barcelona.

Y es que los estudiantes tienen algún motivo para desconocer dónde está Lepanto. Porque, en cierto modo, Lepanto no existe. Hacemos una primera búsqueda en Google Maps (desde Mallorca) y sale una columna con estas opciones en primer lugar: un supermercado en el pueblo mallorquín de Sóller, un salón de té en Málaga y un restaurante en Bilbao. En Roma, un poco más abajo, vemos que así se llama una estación de metro. Directamente dentro de Google Maps, la primera opción nos lleva al pueblo de Sancti Spiritus, en el centro de la isla de Cuba. Si pedimos auxilio a la Wikipedia tampoco encontraremos ninguna entrada clasificada bajo el nombre «Lepanto», y redirigidos automáticamente a la «Batalla de Lepanto» lo primero que recibimos es una malhumorada reprimenda. Se nos dice: «La batalla de Lepanto fue un combate naval de capital importancia que tuvo lugar el 7 de octubre de 1571 en el golfo de Lepanto, frente a la ciudad de Naupacto (mal llamada Lepanto)». Curiosamente, cuando pulsamos, con toda nuestra esperanza de ver la luz, sobre el enlace que hay en el nombre «Golfo de Lepanto», somos limpiamente dirigidos a la entrada «Golfo de Corinto». Así que siempre lo hemos dicho mal y el manco de Lepanto debería ser, en realidad el manco de Naupacto. Por descontado, si Lepanto no existe en la Wikipedia, entonces para un estudiante español sencillamente no existe.


El asunto es más serio de lo que parece. Volvamos a nuestras manías filológicas a ver si con ellas conseguimos poner las cosas en su sitio. Lepanto deriva del nombre antiguo griego Epactos -- Népactos -- Nepanto -- Lepanto, que significa literalmente «sobre la playa». Otra cosa bastante distinta es Naupacto (o Naupactos, o Náfpactos en la pronunciación griega), es decir, el nombre real del pueblecito costero con su pequeñísimo pero relevante puerto contiguo a una hermosa playa. Naupacto, sin duda, deriva de Naupegio (astillero), compuesto de naus [nave] + pégnymi [construir] (cf. Bruno Migliorini, «Naύpaktoς = Lepanto» y «Naυpaktiakά», Studi Bizantini, vol. 2, 1927, 303-311 y vol. 5, 1990-91, 144-154, respectivamente). Por tanto, la Batalla de Lepanto no pudo ser la Batalla de Naupacto porque Naupacto no es Lepanto. Así, rascando en las raíces del idioma descubrimos que prácticamente solo Italia, llama Lepanto también al pueblo griego que el resto de Europa llama Naupacto. O sea, que todo se trataba de una manipulación de los pérfidos venecianos que, desde el primer momento, quisieron apropiarse todos los méritos de aquella, como la llamó Cervantes, «la más alta ocasión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros».

Res et verba. Al final, quien se adueña de las palabras es el ganador definitivo.

Otro día hablaremos de la importancia real de esta batalla en la historia europea, un asunto sobre el que tampoco hay mucha unanimidad. Y contaremos cómo fuimos en coche desde Barcelona hasta Naupacto (¿o Lepanto?) para colocar en la bocana del puerto una estatua de tamaño natural de Miguel de Cervantes.

17 junio, 2011

Wang Wei vuelve a casa


仄徑蔭宮槐,
幽陰多綠苔。
應門但迎掃,
畏有山僧來。


zè jìng yīn gōng huái
yōu yīn duō lǜ tái
yīng mén dàn yíng sǎo
wèi yǒu shān sēng lái


sendero de montaña
a la sombra
de las sóforas

oculto
y húmedo
y cubierto de musgo verde

hay que barrer
delante de la valla
quizá venga un huésped

el anciano de las montañas
tal vez venga hoy

Durante cuatro años las sóforas han crecido a lo largo del río Wang, el blog que mantenemos en paralelo a «Mesa Revuelta», y el camino se ha ido alargando a su sombra. El juego de diálogo poético que iniciaron hace doce siglos Wang Wei y Pei Di lo hemos seguido nosotros, al principio en inglés, español y húngaro y luego, cuando los temas y nuestros compañeros de viaje así lo requerían, también en italiano, ruso, catalán, azerí y turco, sin contar los otros idiomas de las citas u ocasionalmente traducidos. Pero si el viejo de las montañas, el auténtico Wang Wei, estuviera con nosotros, solo a partir de hoy podría entrar en la conversación. El sendero que conduce hasta la valla lo ha despejado a conciencia Minus273 inaugurando ahora la versión china de «Poemas del Río Wang». Así lo cuenta en la entrada de bienvenida del nuevo blog 辋川诗抄 Wăngchuān shīchāo, «Poemas del Río Wang»: *

«Fue en el blog de Language Hat donde oí hablar por primera vez de «Poemas del Río Wang» - 辋 川 诗 抄 - el blog escrito por Studiolum y sus amigos, y cuanto más lo he ido leyendo, más cariño le he tomado. Al final decidí empezar a traducirlo, por puro placer, para elaborar poco a poco una versión china de estas páginas al otro lado de la Gran Muralla Cortafuegos. También me puse a pensar en por qué me gusta tanto este blog, hasta el punto de dedicarle el tiempo de traducirlo y desear mostrárselo a todo el mundo. En esta modesta presentación de la traducción, por tanto, quiero exponerles mis razones.

Probablemente uno de los motivos es que este blog atestigua una y otra vez el amor a la vida y a la belleza. No se puede añadir mucho a esto, basta con observar la aguda mirada que hay detrás de la elección de cada imagen y leer las historias fascinantes y emocionantes, para sentir lo mismo que siento yo. Otra cosa que me ha tocado es su cosmopolitismo erudito.

Poemas de Río Wang no es sólo un blog cosmopolita, sino, exagerando un poco, el cosmopolitismo en persona. Vagar por todo el mundo, por cualquier medio, a pie o en mouseback, para descubrir, para comprender, para disolver las fronteras entre un «ellos» y un «nosotros», a la búsqueda de las raíces comunes a los lugares distantes y a nosotros mismos —este impulso es una característica fascinante del río Wang. Y estimo particularmente rara la sensibilidad y la complejidad con la que en los Poemas del Río Wang se habla de la historia, de una forma que delata a las personas realmente libres: perdonar, pero no olvidar. Basta con echar un vistazo a cualquier entrada e inmediatamente se comprueba que nunca Studiolum y sus amigos niegan la belleza de la historia a la vista del horror de la historia, ni usan tampoco la belleza de la historia para disimular su fealdad. Examinan las injusticias del pasado no con odio, pero tampoco cediendo los principios básicos de la humanidad en favor de una elusión hipócrita de los conflictos. Y si usted es como yo, una persona que busca su camino entre la oscuridad de ideas en contraste y las interpretaciones de la historia, entonces río Wang le permitirá atisbar y seguir una dirección en el flujo y en el remolino de los pensamientos.

El Internet chino, al igual que el de cualquier otro idioma del mundo, todavía está lleno de ignorancia deliberada y de prejuicios, no necesariamente malintencionados, hacia el mundo —sin importar si ese mundo es el «nuestro» o el de «los otros»—. Sin embargo, el deseo sincero de entender el mundo real a través del virtual ya ha provocado algunos beneficios en comparación con la nada de hace diez años. Con este consuelo en la mente me dedico a traducir los poemas de Río Wang, para contribuir así, con mi capacidad, a esta primera etapa de la evolución; y también porque estoy convencido de que la información, especialmente si se presenta con amor y belleza, es siempre más que solo información. En todos los rincones de la tierra desconocida, en cada período de la historia remota siempre había alguien con la cara iluminada por una cálida sonrisa. Si el lector al final de esta traducción experimentara esa sonrisa, la cálida sensación de estar en casa, sería el mayor premio para los esfuerzos del traductor.»


Más allá de la profunda gratitud y emoción que sentimos, nos resulta particularmente sorprendente que esta introducción subraye tan exactamente aquello que nosotros consideramos lo más importante en «Poemas del Río Wang», más importante que su fuerte visualidad, su apertura lingüística, su atención a lugares de difícil acceso o cualquier otra cosa que para el ojo europeo o americano quizá destaque en una primera ojeada.

Nuestro segundo pensamiento se dirige a la gran responsabilidad que supone el lanzamiento de esta versión. Ya hemos comprobado que cada nuevo idioma implica un nuevo público, nuevos criterios y nuevas expectativas, de modo que al escribir sobre el pasado de Mallorca o de Hungría, también hemos de tener en cuenta cómo se va a leer en Moscú o en Bakú. Pero ahora, escribir algo que sabemos que será interpretado por casi mil quinientos millones de lectores potenciales al otro lado del globo, dentro de una cultura completamente diferente, no podemos tomarlo a la ligera. Trataremos de estar a la altura de estas circunstancias.

Queremos que el camino sea largo. Lleno de aventura, lleno de conocimiento.


14 junio, 2011

Chuva oblíqua



Un amigo nos manda desde Portugal esta imagen del grupo de «indignados» de la Praça do Rossio de Lisboa. De pronto un chaparrón de fin de primavera les obligó a guarecerse bajo una de las lonas que utilizaban. Ciertamente, no son muchos, así que todos pudieron encontrar acomodo. El agua no consiguió que se retiraran de la plaza ni enfrió su actitud de sostenida denuncia. Frente a esta imagen de tenacidad, también nos envía este grafito, más ajustado a la sentimentalidad fatalista portuguesa.


Ilumina-se a igreja por dentro da chuva deste dia,
E cada vela que se acende é mais chuva a bater na vidraça...

Alegra-me ouvir a chuva porque ela é o templo estar aceso,
E as vidraças da igreja vistas de fora são o som da chuva ouvido por dentro...

O esplendor do altar-mor é o eu não poder quase ver os montes
Através da chuva que é ouro tão solene na toalha do altar...
Soa o canto do coro, latino e vento a sacudir-me a vidraça
E sente-se chiar a água no fato de haver coro...

A missa é um automóvel que passa
Através dos fiéis que se ajoelham em hoje ser um dia triste...
Súbito vento sacode em esplendor maior
A festa da catedral e o ruído da chuva absorve tudo
Até só se ouvir a voz do padre água perder-se ao longe
Com o som de rodas de automóvel...

E apagam-se as luzes da igreja
Na chuva que cessa...
Fernando Pessoa, Chuva oblíqua (2ª estrofa)

13 junio, 2011

Clepsidra



«El viaje fue largo. En esa línea de ferrocarril secundaria y casi olvidada por la que circulaba solo un tren a la semana no habría más de dos o tres pasajeros. Jamás había visto vagones tan arcaicos, retirados de otras líneas hace tiempo, amplios como habitaciones, sombríos y repletos de rincones. Aquellos vagones que zigzagueaban con ángulos diversos, aquellos compartimentos vacíos, laberínticos y fríos, daban una impresión casi aterradora de extraño abandono. Me trasladaba de vagón en vagón buscando un sitio más acogedor. El viento soplaba en todas partes, corrientes heladas se abrían camino en el interior y calaban el tren de principio a fin. Por todos los sitios había gente sentada en el suelo, al lado de sus hatillos, sin atreverse a ocupar las banquetas. Además, esos asientos de plástico llenos de bustos tenían una vejez helada y pegajosa. No subía nadie en las desérticas estaciones. El tren reemprendía lentamente su ruta sin silbidos, sin jadeos, sonámbulo...»
Bruno Schulz, Sanatorio bajo la clepsidra (Sanatorium pod klepsydrạ)

12 junio, 2011

Santa Eulàlia


11 junio, 2011

Barco a Philae




Estamos a bordo del barco que conduce a la isla Agilkia, donde, a causa de la construcción de la Presa Alta, trasladaron, entre 1972 y 1980, todo el complejo sagrado de la isla de Philae, con el gran templo de Isis. Desde el s. VII a. C. se documenta aquí el culto a esta diosa, esposa de Osiris y madre de Horus. Los cristianos lo transformaron también en un lugar de culto especialmente venerado. Uno de los puntos de mayor densidad religiosa e histórica de Egipto.

Quizá por haber nacido y vivido siempre en una isla del Mediterráneo, se nos hace extraño navegar en medio de Africa hacia una isla, en un río que está rodeado, a su vez, de un desierto oceánico, por más que el río sea el Nilo y hayamos estudiado tanto el lugar al que vamos. Para un insular, su isla es tierra firme, la verdadera y única tierra firme. Nos preguntamos si alguien que haya nacido y vivido siempre aqui, uno de Agilkia o Philae, si los hubiera, experimentaría ese mismo fenómeno aun con mas fuerza. Predrag Matvejević (El Mediterráneo y Europa) escribió que había que distinguir entre insulares e insulados. Estos últimos pertenecen en cuerpo y alma a su isla, disfrutan de ella o sufren por su causa más que los otros. Nosotros nos confesamos unos insulados de tomo y lomo. No es algo de lo que sentirse muy feliz —no solo por cómo nos duele asistir día a día a la destrucción cruda, ostensible, de todo aquello, tan frágil, que define a nuestra isla, también porque provoca un carácter un tanto, digamos, especial del que no nos enorgullecemos. Lawrence Durrell cuenta haberse topado en un tratado antiguo con una descripción de la enfermedad de la islomanía o insulomanía: «La islomanía esta descrita como una dolencia espiritual rara y desconocida. Hay personas para quienes las islas resultan en cierto modo irresistibles; los conocimientos que reúnen sobre una de ellas, sobre ese pequeño mundo cerrado y rodeado de agua, los llena de una embriaguez inexpresable. Esos nacidos insulómanos serían los descendientes directos de la Atlántida y su subconsciente aspiraría ardientemente a la vida insular» (Reflexiones sobre una Venus marina). Sin duda, si nos hubiéramos criado en una imponente isla sagrada como esta, conectada en lo mas hondo con las raíces de nuestra civilización, a pesar de estar en medio de la corriente del río —que no aísla sino conduce— seríamos unos  insulados todavía más insoportables.


Un pasajero del barco a Philae, en una fotografía de Reginald St. Alban Heathcote
tomada entre 1922-1933.

Carrer del Sindicat

Cada fotógrafo tiene un padre distinto pero todos son hijos de la misma madre, y su nombre es tiempo. Merih Akogul

10 junio, 2011

Turismo



 Mallorca vive del turismo y a él dedica todos sus esfuerzos. Es un dios cruel que cada día devuelve menos por los sacrificios que se le ofrecen. Las tierras devastadas reducen sus rentas y hay que afilar el ingenio para seguir estando en su gracia y no perder el favor de los cielos.


Este último templo propiciatorio lo hemos visto esta mañana en una acera del Paseo Marítimo. Y cómo no recordar aquí —salvando, obviamente las distancias— el famoso pasaje de Suetonio en que habla de los pisciculos (pececillos) de Tiberio (Vida de los doce Césares, «Tiberio», 44).


Pero al verlo, sobre todo, hemos pensado en David Foster Wallace cuando relata con la frialdad de un entomólogo el pantagruélico (si es que este adjetivo no se queda aquí corto) Festival de la Langosta de Maine, que se celebra cada verano a finales de julio o principios de agosto. Mientras nos va describiendo todos y cada uno de los detalles de esta orgía americana de deglución de langostas, de la que él fue testigo el año 2003, David Foster Wallace no puede reprimir una nota a pie de página que se le va de las manos inundando la página entera. Vale la pena leer esta parte:

Confieso que nunca he entendido por qué tanta gente cree que para divertirse hay que ponerse chanclas y gafas de sol y arrastrarse por carreteras donde el tráfico es enloquecedor hasta lugares turísticos abarrotados y calurosos a fin de paladear un «sabor local» que por definición queda estropeado por la presencia de turistas. Esto puede ser (tal como señalan todo el tiempo mis acompañantes al festival) una simple cuestión de personalidad y de gusto intrínseco: el hecho de que no me gusten los lugares turísticos significa que no entenderé nunca su atractivo y que por tanto no soy la persona indicada para hablar del mismo (del supuesto atractivo). Pero como es casi seguro que esta nota al pie no va a sobrevivir a los recortes que la revista le hará al artículo, yo a lo mío:
  Tal como yo lo veo, al alma probablemente le siente bien ser turista, aunque sea solo muy de vez en cuando. No digo que le siente bien de una forma refrescante o iluminadora, sino más bien de una forma sombría, severa, estilo «Miremos los hechos con franqueza y encontremos una forma de abordarlos». Mi experiencia personal no me ha demostrado nunca que viajar por el país amplíe mis horizontes o resulte relajante, ni que los cambios radicales de lugar y de contexto tengan un efecto saludable, sino más bien que el turismo dentro del país resulta radicalmente constrictivo, y humillante de la peor forma: hostil a mi fantasía de ser un verdadero individuo, de vivir de alguna forma fuera y por encima de todo. (Ahora viene la parte que mis acompañantes encuentran especialmente infeliz y repelente, una forma segura de estropear la diversión de viajar en vacaciones:) Ser un turista de masas, para mí, equivale a convertirse en un puro americano de los tiempos que corren: foráneo, ignorante, codicioso de algo que nunca se puede tener y decepcionado de una forma que nunca se puede admitir. Implica estropear, en virtud de la pura ontología, la misma cosa no estropeada que uno ha ido a experimentar. Implica imponerse a uno mismo sobre lugares que en todos los sentidos menos el económico serían mejores y más reales si uno no estuviera. Implica, en las colas y en los atascos y en las transacciones sin fin, afrontar una dimensión de uno mismo que resulta tan ineludible como dolorosa: en tanto que turista, te vuelves económicamente significativo pero existencialmente aborrecible, como un insecto posado sobre algo muerto» (David Foster Wallace, El día de la langosta, Barcelona: Mondadori, 2007, p. 299).


05 junio, 2011

«Si me preguntan dónde está el Paraíso»




Milenium —escrito así— es el nombre del taller, porque el dueño se llama Milen. La gente se ha dado cuenta de que Milen cuida las bicicletas como nadie y en poco más de un año el pequeño local se ha ido abarrotando hasta el techo.



Los antiguos talleres de bicicletas de la ciudad han desaparecido. En mitad de La Rambla, en Palma, había uno donde yo llevaba la mía cuando el estropicio era tan gordo que no podía arreglarlo solo. Aquello era una cueva oscura, con las paredes y el suelo negros de grasa. La habitaba un oso gruñón, más sucio aun que las paredes del taller. Vestía siempre una especie de delantal azul y se sentaba en un taburete ante un barreño de zinc con agua para averiguar por las burbujas dónde estaba el agujerito de la goma. Aquel sitio fabuloso hace mil años que se convirtió en una perfumería anónima.




La cueva de Milen es blanca y entra buena luz por la pared de cristal. Él no es un oso. Entre los muchísimos animales de los bosques y ríos de la Tracia búlgara donde nació, en la falda meridional de los montes Ródope, casi tocando a Grecia, no hay osos. Le pregunto por su pueblo, Ivaylovgrad, y Milen se limpia las manos, abre un cajón y saca cuidadosamente una bolsa de plástico con algunas fotos y un libro sobre la zona. Me enseña las fotos y me presta el libro para que lo lea. Me dice: «Si me preguntan dónde está el Paraíso, sé que está aquí».


Llevo un día entero leyendo cosas sobre Ivaylovgrad. Obviamente el Paraíso está allí. También está allí. Solo me pregunto si es así porque está lejos o porque está en otro tiempo. De este Ivaylovgrad de Tracia que acabo de conocer parte una carretera que conduce directamente hasta el barreño de zinc de la cueva del oso, justo a mitad de La Rambla, hace mil años. Otras veces me pregunto si hay algún Paraíso en el futuro. De haberlo, me gustaría llegar a él en bicicleta.


 
Broken bicycles (Botanica).