30 agosto, 2014

Lejos de la vista del mundo



Habíamos dejado el coche bajo los árboles, justo pasada la señal que dirige a la iglesia. Unos árboles grandes. Una reja. Piedras.
A la izquierda, una casa desde donde avanza un hombre joven.
You want to visit the church, maybe. I can open it for you.
Anda algo encorvado, el rostro enrojecido por el calor. Nos da la mano. Un joven en camiseta de un azul desvaído, calzón corto de flores y zapatillas de plástico azul.
I’m the priest, even if I don’t look like one.

borac1 borac1

El pueblo de abajo está desierto, ni una cara en las ventanas, ni una sombra, ni una voz, ni un perro que ladre o venga a hacernos zalamerías. Un gato huye al acercarnos. Trenzas de ajos y cebollas oreándose en los porches, cántaras de leche vacías. Varias esquelas pegadas en un poste. Y, como por un repentino sortilegio, dos tractores se cruzan a toda velocidad ante nosotros antes de desaparecer, más allá.

borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2 borac2

Caminamos detrás del sacerdote. Tenemos que subir unas escaleras, franquear la cancela en el muro de piedra seca, dejar atrás los pinos y los tilos que doblan sus ramas para encubrir lo que debe permanecer oculto. Durante siglos la iglesia de Borač se ha ocultado así al mundo, camuflada por el risco que se alza tras ella, piedra entre otras rocas.


¿Lo cree? Sí, dice, está seguro; había un pueblo allí arriba, una ciudad enorme, y esta iglesia era su catedral. Era una ciudad próspera, una ciudad pujante, como atestiguan los frescos que contiene — arcángeles con armadura, santos de cara adusta, Constantino y Elena mostrando la veracruz, un viejo del Apocalipsis y el Arca de Noé frente a frente, un Cristo Pantocrátor y un Cristo Emanuel a ambos lados de la puerta que separa el pequeño atrio de la capillita, y al final, el iconostasio con unas pinturas naïves.

borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3 borac3

Pero ¿la ciudad dónde estaba?
— Up there, you see, all these rocks — the city was there.

borac4 borac4 borac4

¿Que si hay ruinas ahí arriba? Duda.
Claro, ruinas, no hay más que ruinas, no se ve nada más. Sí; una vez subió a verlo, cuando llegó aquí.


Nos muestra una pila de rocas, cómo los acantilados recortan en el cielo la silueta de una fortaleza encantada, el deslizamiento de tierras que ha borrado el camino hacia la ciudad muerta; y pienso en todas esas ciudades engullidas por las aguas — la de Ys bajo el mar frente a la costa de Bretaña, Kitezh bajo el lago de Svetloyar, ciudades donde sólo las almas puras pueden oír aún sonar las campanas. Borač, en la Serbia central, una ciudad disuelta en el aire, convertida en roca a fines del siglo XIV, en medio del tumultuoso avance del ejército otomano, mientras toda la zona aledaña era abandonada por la población en fuga.
¿Lo cree así nuestro joven sacerdote, perdido en su desierto?
— The city was up there, see.

Teníamos que partir.
Al sentarnos de nuevo en el coche, una última mirada a nuestro alrededor, y allí, a nuestras espaldas, surge otra ciudad oculta por la hierba crecida. Ni una sola piedra de este cementerio que no se remonte a siglos pasados​​, ni una tumba que espere a los habitantes del pueblo de abajo, ni una cruz que no esté convirtiéndose ya en acantilado.

borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5 borac5

06 agosto, 2014

Las cuatro letras de Dios


El nombre de Dios en vano… Frehling Santino, 1700

Un instructivo artículo apareció el último día de julio pasado en el portal de Nyelv és Tudomany (Ciencia y Lenguaje), salido del teclado de László Fejes. El artículo titulado «Honnan jött az isten?» –¿De dónde vino Dios?–. Trata de averiguar el origen de la palabra húngara Isten, ‘dios’, y la conclusión es que sólo Dios lo sabe. El TESz, es decir, el diccionario etimológico de la lengua húngara, como ya hemos señalado en otras ocasiones, marra también aquí lejos del blanco al relacionar el primer elemento is- con la palabra ős, ‘antiguo, antepasado’, cosa que suena poco probable fonéticamente. El historiador András Róna-Tas sugiere que podría provenir del nombre del dios solar hitita Ištanu, pero la brecha de 1800 años entre el origen hitita y su presunta recepción excluye la hipótesis. Y Károly Rédei en su artículo «Isten szavunk eredete» –El origen de nuestra palabra Isten, ‘Dios’– (Magyar Nyelv, XCV.1 (1999), 40-45) considera que es un préstamo iraní y lo deriva del iraní medio *ištān, ‘honrado’ (en plural).

Queremos contribuir a este pequeño zoco etimológico con una ligera pero atractiva mercancía que si bien puede no ser la más convincente, es sin duda la más antigua. Viene del diccionario de once lenguas de Calepino, publicado en 1590 en Basilea, que tenemos en nuestra estantería ;) Encontramos el voluminoso in-folio hará casi treinta años en un taller de papel reciclado, y lo compramos a peso por algo así como 1€ al cambio actual.

El monje agustino Ambrosius Calepinus (1440-1510) publicó en Reggio en 1502 su gran diccionario de latín donde junto a la definición de las palabras citaba ejemplos de su uso en autores clásicos. El diccionario de inmediato se hizo muy popular, con decenas de ediciones en los siglos siguientes que fueron incorporando cada vez más equivalentes de las palabras latinas en otras lenguas antiguas y modernas. La edición de 1590 de Basilea fue la que por primera vez incluyó traducciones húngaras e inglesas, por lo que puede ser considerada como el primer diccionario húngaro. Las palabras húngaras, como Kálmán Szily señaló («Ki volt Calepinus magyar tolmácsa?» –¿Quién fue el intérprete húngaro de Calepinus?– Értekezések a Nyelv- és Széptudományok köréből, XIII.8 (1886)), fueron añadidas por el jesuita transilvano Stephanus Arator, es decir, István Szántó en Roma. Y fue este mismo erudito quien amplió las consideraciones sobre las cuatro letras del nombre de Dios con un suplemento húngaro, con lo que también dio una etimología del Isten húngaro.


Dĕŭs, singular, masculino [en hebreo אלוח eloah, griego Θεός, francés Dieu, italiano Dio, Idio, alemán Gott, flamenco Godt, español Dios, polaco Bood, húngaro Isten o Ιςε * , inglés God].

Su origen se explica de varias maneras. Según algunos se trata de ἀπὸ τοῦ δέους, de 'miedo', porque consideraban (si se nos permite citar una frase tan impía) que los primeros dioses fueron inventados por el miedo. Papinius parece ser de esta opinión cuando dice: «Los primeros dioses fueron creados por el miedo en el mundo». Cicerón, Sobre las respuestas de los arúspices: «¿Quién es tan loco, que por lo menos cuando mira hacia el cielo, no sienta la existencia de los dioses?» Ídem, en el libro 1 de Las leyes: «Ninguna nación es tan zafia o salvaje, que incluso si no saben qué dios tienen, al menos saben que tienen uno».

Otros lo derivan de a dando, de ‘dar', porque todo viene de Dios, fuente de todos los bienes, y Él da a todo su existencia y subsistencia. Otros del griego δαίω, ‘saber’, porque Dios lo sabe todo y todo está desnudo ante sus ojos. Aún otros del nombre Θεός, sustituyendo el sonido sordo con uno sonoro y la o por u, y es por eso que decimos Deus en latín. Y todavía otros del nombre hebreo די Dai, ‘poderoso, suficiente’, de donde también viene el término Saddai, es decir, el Dios omnipotente o autosuficiente, ya que es bien sabido que Él es suficiente por Sí mismo, no necesita a nadie sino que el solo derrama abundancia para todos.

No es ocioso tener en cuenta que casi todos los pueblos y lenguas escriben el nombre de Dios con cuatro letras. De hecho, los hebreos Le llaman יחוח Yehova, con cuatro letras, los caldeos también con cuatro letras, אלוח Eloha, los sirios también אלוח Eloha; para los etíopes es אמלו Amlau, para los asirios אדעד Adad, para los griegos Θεός, para los egipcios Θωύθ, para los persas Σύρη, para los latinos Deus, para los italianos Idio, para los españoles Dios, para los franceses Dieu, para alemanes, flamencos e Ingleses Gott o Godt, para los [persas] magos Orsi, para los polacos Boog, de bog que significa ‘miedo’, para los dálmatas e ilirios Boga o Boog, para los los musulmanes más antiguos, a los que también llamamos sarracenos, Abgd, para los turcos que siguen a Mahoma, Alla, para los pueblos descubiertos en el mundo que llaman «nuevo», Zimi, para los valacos Zeul, para los gitanos Odel.

Para los húngaros, si nos fijamos en su origen, el nombre de Dios tiene también cuatro letras. Ellos le llaman con gran respeto Isten, que aunque parece tener cinco letras, si tenemos en cuenta su origen tiene sólo cuatro. De hecho, el término húngaro proviene del segundo aoristo del verbo griego «ser» ἴστημι, que suena ἐςὶν [ἐστὶν]: ‘Existo, soy por mí mismo', cuyo segundo aoristo se escribe con cuatro letras. La s y la t, escritas con dos letras en la palabra húngara, se engloban ambas en la única letra griega ς sigmatau. Por tanto, en virtud de su origen, el nombre húngaro también tiene que escribirse con cuatro letras, así: Ἴςεν [Ἴστεν]. De esta manera, el nombre de Dios es un τετραγράμματον [nombre de cuatro letras] para todos los pueblos, y creemos que Él es llamado así porque su esencia es una, pero dentro de su única esencia Él es tres personas realmente existentes y distintas».

[En otra ocasión hablaremos de la utilización peculiar que hace nuestro Sebastián de Covarrubias en su Tesoro de la lengua castellana o española (1611) del Calepino y cómo en el caso de esta palabra remite al interesante repertorio del padre jesuita Juan Fernández, Divinarum Scripturarum iuxta sanctorum Patrum Sententias Locupletissimus Thesaurus (1594). Sobre el hebreo de Covarrubias es ya obligatorio consultar los artículos de György Sajó en los núms 307 y 308 (2013) del BRAE.]

László Fejes es probablemente de la misma opinión, pues en su artículo —sólo como ejemplo chusco– transcribe la palabra húngara Isten con cuatro letras hebreas. ;)


En definitiva, esto no es muy diferente de la solución de István Szántó, quien habiendo transcrito la palabra en letras griegas, descubrió en ella el sentido del otro tetragrámaton (o tetragrama) hebreo, יחוח YHWH, 'el existente, el que es'. Pero por qué íbamos a maravillarnos de tal cosa. En aquel siglo era un lugar común ampliamente aceptado que todas las lenguas, pero sobre todo la húngara, venían del hebreo.

El tetragrama (aquí transcrito como IEVE en lugar de YHWH) como fundamento de la Santísima Trinidad. Ilustración del Diálogo contra los Hebreos (1109) por Pedro Alfonso (antes de su conversión, Moisés Sefaradí), Colegio de San Juan MS E. 4, f. 153v

03 agosto, 2014

Cracovia




Sayat Nova: Dun en glkhen (La súplica del rey antes de su exilio), Gaguik Mouradian, kamanche, 3’40”

krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo krakowsolo