20 septiembre, 2015

Tierra cancerosa


1. Lom u Mostu. Año cero

Lom u Mostu se llamó en otro tiempo Bruch. Se extiende al norte de la República Checa y la habitaban alemanes, como la inmensa mayoría de ciudades y pueblos de los Sudetes. Cuando en 1920 los vencedores dividieron la Monarquía Austro-húngara según el derecho a la autodeterminación de sus pueblos, la minoría germana de Bohemia quedó entre aquellas pocas gentes «menos iguales», a quienes no se les permitió ejercer tal derecho. Y aunque los representantes de esa minoría de tres millones de alemanes de los Sudetes manifestaron su intención de unirse a Alemania tras la disolución de la Monarquía, a una orden del presidente Masaryk el ejército checo se movilizó e implantó el mucho más antiguo derecho de los vencedores. Los Sudetes permanecieron en Bohemia.

Una vez más los alemanes de los Sudetes iban a conocer la justicia del vencedor. Cuando, en la primavera de 1944, el ejército soviético entró en Bohemia, el gobierno checoslovaco, que había sido declarado vencedor, pensó que era el momento para la Endlösung del «problema alemán». El presidente Beneš en su famoso discurso de Brno y Praga declaró a la minoría alemana culpable en su conjunto y decretó su liquidación. Los alemanes bohemios fueron privados de todos sus derechos y propiedades, sus documentos de identidad reemplazados por un «carnet alemán», obligados a llevar un brazalete blanco como distintivo discriminatorio y a realizar trabajos públicos humillantes; en varios lugares la población ejerció violencia contra ellos y se sucedieron varios pogroms sangrientos. Y en enero de 1946 todos los alemanes de Bohemia fueron embarcados en trenes y camiones y deportados. Más de doscientos mil de ellos murieron en esta acción.

La mayoría de los alemanes de Checoslovaquia estaban en contra de Hitler. Sus «carnets alemanes» y documentos de deportación iban sellados con la palabra «Antifascista». Aún así iban a ser deportados bajo el peso de la culpa colectiva depositada sobre ellos en tanto que alemanes. Del libro de Reinhold Fink, Zerstörte Böhmerwaldorte (Los pueblos destruidos del bosque de Bohemia), 2006: el documento de deportación de su madre.

Se reclutaban colonos en todo el territorio de Checoslovaquia para asentarlos en los Sudetes, ahora limpia de alemanes, con el eslogan «¡Reconquistemos la frontera!» Muchos eran jornaleros del campo atraídos por aquella posibilidad de acceder a un dinero fácil y que, una vez obtenido algo, abandonaban la zona. Aquellos pueblos alemanes, poco antes prósperos, decayeron con rapidez y gran parte de sus casas, así como las granjas de los suburbios, se sumieron en la ruina. Hacia 1990 doscientos sesenta pueblos habían desaparecido de los Sudetes (más otros ochocientos uno en Böhmerwal, al sur de Bohemia), pero no sin dejar rastro: cualquiera que conozca las rutas puede aún encontrar los restos de las casas y los cimientos de los campanarios cubiertos de maleza.

Asentamientos en la región del carbón de Duchcov antes de 1944 y hoy. Los grandes retales blancos son minas de carbón a cielo abierto.


En Lom u Mostu nada recuerda hoy el pasado alemán. O, mejor dicho, una sola cosa. En el único monumento de la ciudad, delante de la iglesia, donde antes hubo un memorial por los caídos del pueblo en la Primera Guerra Mundial, un águila nazi devora las entrañas de los desfallecidos checos. Los nombres de los campos de concentración rodean la base. La estatua, con un diseño que mezcla constructivismo y art-deco, fue erigida poco después de la deportación de los alemanes, y formula para los recién llegados pobladores la nueva historia oficial, basada en el martirio checo, sin dejar un resquicio para la historia conjunta checo-germana y el pasado alemán de la región. Empezaba una nueva era.



Otro monumento de los nuevos tiempos luce en el lado opuesto de la iglesia. En su origen se planeó como casa de cultura y desde entonces lleva en su fachada la orgullosa inscripción: VLASTNÍ SILOU – CON NUESTRAS PROPIAS FUERZAS. Hoy solo se usa la planta baja, con el eufemístico rótulo «Restaurante».



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Es el tiempo quien conmemora involuntariamente el pasado alemán. Los muros, como en los otros países de la antigua Unión Soviética, empezaron a agrietarse en los noventa, o quizá fue que desde entonces dejó de considerarse necesario destruir o seguir ocultando bajo el yeso o la pintura esos signos que poco a poco volvían a la luz, notas al margen dejadas por los pueblos anteriores y la historia. Al borde de Lom, en la carretera a Mariánské Radčice, hay una casa de dos plantas, según su letrero, un antiguo restaurante que, a juzgar por la multitud de capas cambió frecuentemente de patronos y de nombres antes de la guerra. Tres perros gruñones la guardan, sus ladridos hacen salir al dueño. «¿Cuándo se construyó esta casa?» le pregunto para aproximarme. «En mil novecientos dos.» «¿Y cómo se llamaba el restaurante? No lo puedo leer.» «Cómo voy a saberlo. En realidad no era un restaurante, era un burdel. ¿Me entiende usted? Un burdel.» Y, en cualquier caso, al final deja caer la pregunta sospechosa: «¿Por qué demonios lo está fotografiando?»

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2. Libkovice. Paisajismo

Mariánské Radčice antes se llamaba María Radschitz. En su iglesia se venera desde la Edad Media una milagrosa estatua de madera de la Virgen, y en las grandes fiestas de María llegaban peregrinaciones aquí desde el monasterio cisterciense de Osek –la antigua Ossegg– a seis kilómetros de distancia. Las peregrinaciones están documentadas por primera vez en 1278. A lo largo de los siglos, la peregrinación fue desarrollando su propio itinerario yendo hasta Bruch y, de vuelta, por Liquitz y Herrlich. El camino estaba bordeado de columnas de imagen medievales, capillas barrocas, crucifijos y columnas votivas.

La reconstruction de la antigua Ossegg – vía de peregrinación de Maria Radschitz. “L” es la ciudad de Liquitz/Libkovice, y “V” es nuestro punto de vista sobre la mina a cielo abierto (ver más abajo)

Esta área es uno de los mayores yacimientos de lignito de la República Checa. Los depósitos cubren una extensión de setenta kilómetros de largo y veinte de ancho desde la ciudad de Klášterec hasta la frontera alemana. Hay referencias a la minería en la zona ya en el siglo XV, pero su explotación efectiva empezó a mediados del siglo XIX. Empresarios locales fueron abriendo numerosas minas por toda la región –también señaladas arriba, en el mapa de antes de la guerra–, una importante fuente de empleo y riqueza local.

Después de la guerra, con la deportación de la antigua población y el nuevo enfoque comunista de la naturaleza como enemigo al que hay que subyugar, se eliminaros todos los obstáculos para iniciar la minería a cielo abierto. Se excavaron miles de acres en las laderas, junto con las docenas de pueblos centenarios asentados en ellas. Estas minas han devorado hasta ahora más de un centenar de poblaciones, pero la explotación de los otros nueve millones de toneladas de carbón que aún esperan bajo tierra requerirá el desplazamiento de más lugares habitados. Pero los vecinos que aún podrían luchar por su supervivencia fueron deportados y los nuevos habitantes, que recibieron sus casas como un regalo del estado, no tienen ningún lazo con esta tierra. Al contrario, se alegran si son reubicados desde las ruinosas casas alemanas a hogares de nueva construcción en la ciudad, así que el proceso continúa sin obstáculos y sin apenas conflictos. «¿Qué podemos decir? El dinero descansa bien gordo bajo la tierra, y lo sacarán de allí nos guste o no.»

Caminamos de Mariánské Radčice a Osek por la antigua vía de peregrinación en la que antes los aldeanos iban a pedir protección contra el mal, y por donde ahora el mal va a establecerse en los pueblos desprotegidos. Nuestro guía, Michal, pronto se desvía de la carretera. Llegamos a un lago. «Cuando llegué aquí por primera vez, alguien dejó que su perro, un terranova, nadara en el lago. Le pregunté si el agua estaba limpia. Él dijo: ¿Cómo puede estar limpia si tiene una estación de trenes en el fondo?» La estación de tren quedó sumergida por el agua subterránea bombeada de manera continua desde la mina de carbón después de que la ciudad a la que pertenecía, Libkovice, antes Liquitz, fuera eliminada en 1990.



Liquitz se menciona por primera vez en 1186. Hasta 1848 fue propiedad del monasterio cisterciense de Ossegg, y en la segunda mitad del siglo XIX se convirtió en un pueblo minero de dos mil trescientos habitantes. Desde el cambio de siglo, la cerámica y la producción de vidrio también llegaron a tener relevancia. Ordenaron su liquidación en 1989, algunos meses después de la Revolución de Terciopelo, y  fue demoliéndose poco a poco a partir de 1993 tras varios años de discusiones y protestas. Al final, su iglesia del siglo XIV fue volada, en 2002. La minería aún no ha comenzado aquí porque queda todavía fuera de los límites establecidos por el gobierno en 1991 para la minería a cielo abierto. Sin embargo, es muy probable que el gobierno amplíe estos límites en los próximos meses bajo la presión del lobby minero, así la nueva mina devorará por completo las ruinas de la ciudad.

La iglesia en 1998, poco antes de su demolición, y el estado actual del terreno


La vía de peregrinación pasa cerca de unos viejos cimientos de hormigón, las ruinas de un campamento de hace setenta años. Según los lugareños fue un campo de concentración construido por los alemanes, pero esto es justo la adaptación de la memoria colectiva a la historia ideal. En realidad se trataba de un campo de prisioneros de los últimos meses de la guerra, donde los alemanes desplazados estuvieron detenidos durante unos meses antes de ser deportados, incluyendo a todos los monjes del monasterio cisterciense de Osek, liderados por el abad Eberhard Harzer.

Restos del campo, detalle

Las casas de la ciudad ya han caído bajo la pala excavadora, el asfalto levantado, los árboles arrancados. Todos estos restos se han visto amontonados durante años. Un ciervo merodea entre ellos y escapa al acercarnos. Aquí y allá pisamos fragmentos de una calzada de hormigón en cuyas orillas crecen ciruelos y manzanos de fruta muy dulce. Tenemos suficiente para comer hoy.Cerca de los escombros de la iglesia, a pocos metros de la carretera, los restos de una antigua fuente asoman entre los árboles.

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Fotos de la antigua ciudad de Libkovice de la web Zaniklé obce (Asentamientos desaparecidos). Abajo: la última asamblea del pueblo, la demolición y el lugar tal como está ahora.




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Pasado el pueblo, la vía de peregrinación se interrumpe tragada por la mina. Un terraplén la cruza. Por su parte superior corre una tubería de bombeo del agua subterránea de la mina, acompañada de un camino de tierra para los coches de los guardias de seguridad. Más allá del terraplén, un terreno nivelado e inundado, cubierto de barro y arcilla endurecida, sube al monte a medio cortar, desde donde se tiene una impresionante vista sobre largos acres de paisaje lunar. No se ven hombres, solo los kilómetros en espiral de la cinta transportadora que con un traqueteo monótono eleva el carbón del fondo del pozo, doscientos metros más abajo. El único ser vivo es un jabalí en busca de comida a los pies de la colina que cuando capta nuestro olor trota alejándose. Nos fotografiamos en la pose del paseante de Caspar David Friedrich contemplando la destrucción.


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Anochece, el sol se ha ocultado y entra un viento frío. Hay que volver. En algún momento nos detectan las cámaras de seguridad, suenan las alarmas a lo largo de la cinta transportadora, llegan los guardias de seguridad en un jeep. Al ver a estos excursionistas perdidos charlan un rato amigablemente con nosotros, luego nos muestran el camino más corto a Mariánské Radčice, por la antigua vía de peregrinación, cruzando de los restos de Libkovice. Emprendemos la marcha.


3. Mariánské Radčice. Día de fiesta

La iglesia de peregrinación de María Ratschitz se menciona por primera vez en el breve de 1289 del Papa Nicolás IV donde se concedían cuarenta días de indulgencia a los peregrinos que llegaran hasta aquí. Los cistercienses de Ossegg la ampliaron a finales del siglo XVII, adjuntándole un edificio parroquial del tamaño de un monasterio para el número creciente de peregrinos. Las bóvedas de su claustro están decoradas con pinturas emblemáticas que representan los títulos y epítetos de la Virgen María que figuran en la Letanía de Loreto. En sus paredes, las escenas se suceden en un largo desfile, cada una con un milagro diferente de María ayudando a personas en peligro. Por encima de las escenas una vez hubo inscripciones en alemán, ahora borradas o ilegibles.


Tras la expulsión de los alemanes cerraron la iglesia y la parroquia, y todo comenzó a decaer. Fue sólo después de 1989 que dieron a los expulsados alemanes la oportunidad de repararlo por su cuenta, como la mayoría de monumentos de los Sudetes y Böhmerwald.

Un curioso museo al aire libre, modesto, se montó ante la puerta de la parroquia. Con el crecimiento gradual de la minería a cielo abierto, van acogiendo aquí de la zona devastada y del engullido camino de peregrinación los monumentos eclesiásticos más pequeños, crucifijos, unas estatuas de San Juan Nepomuceno y columnas con imágenes. Es como el ciervo que huye cuesta arriba de una inundación. Pero no para acabar salvándose. El filo de la minería está a sólo unos pocos cientos de metros del pueblo y se rumorea que con la ampliación que se prevé en los próximos meses, Mariánské Radčice también entrará en sus fauces. Por el momento, nadie sabe nada a ciencia cierta, y los aldeanos se enfrentan con apatía a la eventual liquidación.


Mapa de los lugares originales de los monumentos reubicados

También hay un panel informativo enfrente de la puerta de la parroquia. De todos las tablones de anuncios de la zona, este es el único escrito en dos idiomas, checo y alemán, y la única referencia a una «historia de Alemania y de la República Checa». Explica brevemente el gran valor que tiene el lignito subterráneo, y lo bien que van a rehabilitar la zona después de 2030, al acabar la explotación en superficie. Un lago de aguas tan profundas como doscientos metros se extenderá en el boquete minero de 930 hectáreas, y su entorno será un hermoso espacio de recreación y entretenimiento.


La fiesta patronal de la iglesia es el 12 de septiembre, día del nombre de la Virgen María. La misa se celebra en una iglesia completamente llena. Los fieles son casi todos alemanes que vienen a casa para el día de hoy desde Alemania, Austria o incluso de más lejos. El coro es alemán, igual que el organista que toca un sintetizador propio porque el órgano de la iglesia desapareció hace mucho tiempo. Concelebran la misa dos obispos, uno de la diócesis checa local, otro de Alemania. Ambos pronuncian un sermón, primero en checo luego en alemán.

El día del nombre de María era fiesta en la monarquía de los Habsburgo desde 1683, cuando repelieron a los turcos de Viena un día como este. Siempre se ha considerado una fiesta principalmente alemana, así que no es de extrañar que el obispo checo hable en su turno de Nuestra Señora de los Siete Dolores, más venerada en tierras checas y eslovacas y cuya fiesta es tres días más tarde, el 15 de septiembre. Dice a la audiencia checa que como María tomó parte en los sufrimientos de Cristo así debemos sentir empatía por el sufrimiento del prójimo. El sufrimiento de los enfermos. De los refugiados. Y de los desplazados.

Luego interviene el obispo alemán. Habla del sufrimiento de los desplazados, de la deportación, de la nostalgia por el hogar perdido. Y de que, a pesar de todo, tenemos que ser capaces no sólo de sentir el sufrimiento de los demás, sino, como en este día, también celebrar las fiestas juntos. Ninguno de ellos menciona nombres de naciones pero el puñado de checos y alemanes reunidos aquí en esta iglesia, a la sombra de tanta devastación, sabe bien quienes se refieren.

Consolatrix afflictorum – Consoladora de los afligidos. Detalle de la serie de frescos emblemáticos del claustro que ilustran los epítetos de la Virgen.

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