24 octubre, 2016

Masuleh, 2016



Shervin Mohajer: Golpes. Del álbum Kohân Kamân (Arco antiguo), Obras para kamanche y alto kamanche (2015)

Teníamos cierto miedo de Masuleh. Atrás, en los tiempos de Ahmad Kavousian, hacia 1975, la pequeña ciudad, situada a mil metros en las laderas del Alborz, todavía podía considerarse una joya escondida de Irán, un destino secreto que solo los iniciados mostraban a sus más afines. Una población arcaica cuyos habitantes aún miraban con extrañeza a los viajeros. Pero en cuarenta años todo esto ha cambiado. Hoy Masuleh es parada obligatoria del turismo iraní. Un pueblo de 500 personas visitado por diez mil turistas al año. En primer lugar, por los propios iraníes, porque el turismo interno es increíblemente activo en el país; pero además el pueblo está en la lista de los diez primeros de Lonely Planet y prácticamente en todos los paquetes básicos de viaje a Irán de las agencias turísticas internacionales. Parece claro, pues, que aquel antiguo encanto tenía que haber desaparecido. Y nuestra pregunta era: ¿qué encontraremos en su lugar?

Hemos visto qué pasa cuando el turismo se ceba en una ciudad iraní. En la ciudad de la montaña kurda de Palangan –aún desconocida en el extranjero, pero ya saturada de iraníes—, los lugareños tratan desesperadamente de proteger los restos de su vida privada y se apartan enfadados de los turistas que inundan las empinadas calles plantándoles las cámaras de foto ante la cara. En la ciudad de arcilla de Yazd, en el desierto, las tiendas tradicionales del bazar han sido reemplazadas por vendedores de souvenirs. Todo se cambia por dinero; y por primera vez en diez años de viajes a Irán trataron de engañarnos al revisar las cuentas del hotel. Temíamos este tipo de alteraciones y pérdidas en Masuleh, ya mucho más adentrada en el proceso de convertirse en trampa para turistas.

Pero no fue así. Este adelanto ha encontrado un giro positivo en Masuleh. La ciudad ha superado el choque inicial y los dolores de crecimiento que causa el turismo. Los habitantes han aprendido a lidiar con la nueva situación, han encontrado de nuevo su lugar y han logrado reajustar su vida cotidiana. En las granjas convertidas en casas de huéspedes nos tratan tan amablemente como a miembros de su familia. En el bazar, los souvenirs no han desplazado las tiendas antiguas y la demanda ha creado, incluso, una gama de artesanía moderna. El desarrollo saludable del pueblo está bajo la tutela del «Instituto Masuleh de Conservación y Desarrollo Sostenible». Las casas antiguas han sido renovadas de una manera aceptablemente auténtica. La comunidad todavía celebra sus fiestas de siempre y los participantes no se distraen con las miradas ni las cámaras de los turistas, hasta los incorporan a la celebración. Nos gustaría creer que con la apertura gradual de Irán y el imparable boom del turismo será esta la dirección que tomen otros asentamientos tan frágiles cómo Masuleh.


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La procesión sale de la parte superior de la aldea. En la distancia se oye el batir de los tambores y nos llegan fragmentos de cánticos. En el bazar de tres pisos de la plaza principal están ya listos para recibirlos: el micrófono y los altavoces dispuestos en el centro y una muchedumbre curiosa alrededor, formada por turistas y locales a partes iguales. En media hora los hombres, vestidos de negro, llegan al bazar y se alinean a ambos lados del pasillo. El cantante, delante del micrófono, alterna un rubato de tristes melodías funerarias con canciones rítmicas y enérgicas. Mientras entona las primeras, similares a las antiguas canciones folclóricas húngaras, todo el mundo inclina la cabeza, algunos lloran. En este luto de mil quinientos años reviven sus propias pérdidas personales. Pero luego con la segunda melodía cobran vida, se golpean el pecho al ritmo de la canción, gritan el nombre del Imam Hussein, que murió en la batalla de Kerbala. En el piso superior del bazar, los niños vestidos de negro actúan con igual entusiasmo. Los paisanos nos invitan a avanzar, sin problema, con las cámaras entre las filas. Esto no perturba a los bailarines, al contrario, se muestran abiertamente mientras los fotografiamos de cerca. La ceremonia dura aproximadamente una hora y de pronto acaba. Las filas se rompen y se reorganizan en grupos de conversación. Mientras regresamos a nuestro albergue oímos el canto que empieza de nuevo, ahora desde la mezquita, donde se recogen para pasar la noche recordando al Imam Hussein y sus compañeros mártires.


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